miércoles, 13 de febrero de 2013

Caer no es caer

Primero fue un blog y luego este libro de título aparentemente ambiguo y absolutamente preciso una vez que se lo lee: ¿Quién te creés que sos? es una combinación de testimonio, diario íntimo y biografía en el que Angela Urondo Raboy reconstruye varias de las facetas más complejas de su propia identidad: hija del poeta Francisco “Paco” Urondo y la periodista Alicia Raboy, con una hermana también desaparecida, Claudia, vivió hasta casi los veinte años ignorando lo que había sucedido con su familia. A partir de los primeros indicios, terminó recuperando su identidad y haciendo un juicio de desadopción. En la actualidad, lanzó una investigación sobre las notas de su madre en el periódico Noticias. En esta entrevista, Angela Urondo explica cómo fue tener recuerdos del primer año de vida y por qué quiere un futuro en el que sus hijos puedan recuperar a sus abuelos sin tener que vivir obsesionados por el lenguaje del exterminio.
Por Mariana Enriquez

Cuando era adolescente, Angela Urondo Raboy –entonces no respondía aún a esos apellidos– paseaba a sus perros por la ESMA; recorrían partes del predio que no estaban vigilados. El lugar le resultaba familiar: vivía a diez cuadras de la ESMA y durante muchísimos años sus padres adoptivos la mandaron al Club Náutico Bouchard, en la calle Comodoro Rivadavia, pegado a la Lugones, separado de la Escuela apenas por un estacionamiento. “Ibamos varias veces por semana y a pasar el día entero los sábados y domingos, religiosamente; el lugar me maravillaba de día y me daba mucho miedo de noche”, escribe en ¿Quién te creés que sos?, su libro que es testimonio, diario íntimo y autobiografía.

En ese momento, Angela –el nombre de pila siempre lo conservó– no sabía que su hermana Claudia Urondo, que continúa desaparecida, había estado secuestrada en la ESMA. Tampoco sabía que su padre, Paco Urondo, había sido asesinado a golpes, a culatazos, el 17 de junio de 1976 en Guaymallén, Mendoza, cuando el auto en el que viajaba con su mujer, Alicia Raboy, su compañera René Ahualli y ella misma, la beba Angela, de once meses, fue interceptado a balazos. Paco, desde hacía poco responsable de la regional Cuyo de Montoneros, les dijo a las mujeres que huyeran. René logró escapar, herida; Alicia y Angela fueron secuestradas. Alicia continúa desaparecida. Angela estuvo detenida en el D2, el centro clandestino más grande de la provincia, luego fue llevada a la Casa Cuna y finalmente, enredada en una trama familiar de ocultamiento y silencios, adoptada legalmente por la prima de su madre y su marido; la pareja adoptante jamás le contó su historia, ni le permitió tener contacto con su familia paterna. Pero Angela recordaba. No sabía bien qué: pero se acordaba.

¿Es común tener recuerdos del primer año de vida?

–No. Hay terapeutas que dicen que la memoria se construye a través de la palabra y que no hay memoria antes del lenguaje. Pero yo tengo memoria, una memoria especial, de un shock postraumático, no la memoria de un cotidiano. Cuando volví a Mendoza constaté algunas cosas: lugares que encontré en sueños, una esquina, una fábrica; después de conocer la Casa Cuna, el D2, el corralón –de donde fuimos secuestradas mi madre y yo–, la casa donde viví, me di cuenta de que ensamblé edificios en mi cabeza. Quedé en una búsqueda constante de mis padres y de algo conocido, entonces guardé amontonadas en la memoria un montón de cosas y quedé con la manija del que busca y no sabe qué, desorientada. Con una sensación de ruido mental. Si yo me acordase de esa época con una memoria, digamos, “normal”, me acordaría de mi mamá dándome la leche; y no me acuerdo de ella ni de mi papá, que es lo que yo desearía. Por más que haga fuerza no me acuerdo de lo que quiero: me acuerdo de lo que me shockeó, y desde ese lugar sostengo que esto es memoria. A mí la palabra me vino a través de mis adoptantes, por eso nunca pude explicar esa memoria previa, pero estaba, se reiteraba y se mantenía presente y yo no entendía por qué, por qué me daba miedo un sueño con un jardín de infantes, un sueño en el que no pasaba nada, por ejemplo.

En el recorrido de ¿Quién te creés que sos? hay varios regresos a los lugares de los sueños, en Mendoza. La primera vez, en 2001: en ese viaje habló con los hermanos Horacio y Miguel, los dueños del corralón donde la atraparon junto a su madre, hombres de más de noventa años. Escribe Angela: “Me contaron paso a paso todo lo ocurrido. Que los policías entraron, apenas unos segundos después de nosotras. Que la escalera no conducía a ningún lugar, sino arriba, al depósito de carbón, que no tenía salida por ninguna parte. Que la encontraron enseguida y la bajaron por la escalera arrastrándola de los pelos. Que la golpearon, brutalmente, que nunca habían visto algo así. Que tuvieron miedo y por eso nunca salieron del corralón, no vieron lo que pasó afuera. Que al rato los policías entraron de nuevo, les sacaron a ‘la beba’ y ellos se la entregaron, qué iban a hacer”.

Hubo muchos regresos más antes del regreso de 2010, cuando se inició, en noviembre de ese año, el juicio por el asesinato de Paco, la desaparición de Alicia Raboy y causas de otras veintidós víctimas del terrorismo de Estado. ¿Quién te creés que sos? también es una crónica de ese juicio, que duró casi uno año. “Este libro fue escrito con incertidumbre, a tientas. Por eso en la primera parte pongo nada más que los documentos, las palabras inapelables: cartas de mi padre, las fotos que tengo con ellos, la sentencia.” En esa primera parte, la de los documentos, también está el primer relato escrito de su caída y la de sus padres: lo firma Rodolfo Walsh el 29 de diciembre de 1976 y apareció originalmente en Los papeles de Walsh. Cuadernos del peronismo montonero auténtico (1979).

¿Te impresionó que en tu historia, que no conocías, aparecieran estos nombres?

–No. Yo no sabía quiénes eran. No conocía a nadie. Fue una especie extraña de suerte. Bastante difícil es todo este proceso; como no tenía idea de quiénes eran, no tuve que lidiar además con la “celebridad”.

Los padres adoptivos le hablaron por primera vez del asesinato de sus padres de una manera brutal, repentina. Angela era adolescente, estaba con ellos en el auto, pasaban frente a la ESMA y, ante el edificio, la madre adoptiva dijo “milicos de mierda”. Angela quiso saber por qué puteaba. “¿No lo sabés? Mataron y torturaron a muchísima gente, mataron también a tus papás”, fue la respuesta. No hubo mucho más. En 1994, cuando tenía 19 años, la familia adoptiva la alentó a reclamar la indemnización que le correspondía como hija de desaparecidos. Cuando fue a la Secretaría de Derechos Humanos para iniciar el trámite por la Ley 24.411, anunció con naturalidad a la chica que la atendía que su padre era Francisco Urondo. La chica se puso a llorar. Angela no entendió por qué: los adoptantes le habían dicho que su padre “escribía libros de economía”.

¿Cuándo decidiste empezar con el proceso de desadopción?

–A partir de mi primer embarazo. Yo tenía una adopción plena: es la que rompe con la familia de origen, con los vínculos de todo tipo. Y además las adopciones, por ley, son sentencias inapelables. Yo fui a la Justicia con toda la teoría en contra, porque el derecho dice que no me tienen que dar cabida, que mis adoptantes tienen derecho a que nadie apele un beneficio que obtuvieron. Me presenté con muchas pruebas: en principio con el ADN hecho y mi familia pidiendo la restitución. Inicié el juicio con una inocencia enorme; recién hace tres semanas tuve mi partida de nacimiento. Mi hijo tiene 5 años.

Y ahora no tenés relación con tu familia adoptiva.

–Cuando tuve a mi hijo se cayó a pedazos la posibilidad de sostenerlos a ellos en algún rol familiar. Una cosa era manejar yo esa dualidad y otra pasársela a él. Decidí que mi hijo tenía sus abuelos, que estaban fallecidos, y así lo educo en su verdad. Ahora tengo dos hijos y ambos saben que a los abuelos los mataron, cuando sean más grandes tendrán clara la historia. Los chicos construyen un vínculo con esos abuelos que tienen, a pesar de la ausencia. Mi hijo habla de “mi abuela Ali”, pero le hacen ruido las fotos; las abuelas que él conoce, las de sus compañeros de jardín, son viejitas. Y en las fotos, mi madre es muy joven.
Palabras infectadas

Gran parte de ¿Quién te creés que sos? se publicó antes en forma de blog –el blog personal de Angela, Pedacitos–. “Yo soy dibujante y cuando abrí el blog había decidido que quería poner en palabras la historia, pero todavía me sostenía en lo visual. Jugaba con fotos, y de a poco empezaron a salir los primeros textos. Trabajaba libremente sin ninguna presión de pensar en el lector ni nada. Necesitaba tener al lector como testigo; era una construcción privada, pero quería la mirada del afuera, necesitaba una sociedad atestiguando lo que estaba ocurriendo.”

Toda la reconstrucción de la historia personal contada en ¿Quién te creés que sos? está dominada por la incorporación, frenética, de un nuevo lenguaje. En cada página se ve casi obligada a descomponer las palabras, a escribir (des)espera, (de)vuelta, (re)unirse; a preguntarse por qué la inquieta la doble significación de la palabra “militar”, por ejemplo. “Cuando conocí a mi hermano Javier –cuenta–, los primeros meses nos vimos mucho, cada dos o tres días, no nos podíamos despegar. A veces nos juntábamos con sus amigos y con los del viejo y hablaban de cosas de las que yo no tenía ni la menor idea, un lenguaje desconocido o muy lejano. Hablaban con naturalidad de, qué sé yo, las FAR, y para mí era chino. El desglose de las palabras tiene que ver con la incorporación rápida de ese lenguaje y de la historia que implicaba. Y el compromiso que suponía.” Quizás el momento más revelador e impactante de esa ambigüedad del lenguaje sea el poema “Caer no es caer”:

Chupar no es chupar
Cita no es cita.
Dar no es dar.
Caer no es caer.
Soplar no es soplar.
Pinza no es pinza.
Fierro no es fierro.
Máquina no es máquina.
Capucha no es capucha.
Submarino no es submarino.
Personal no es personal.
Parrilla no es parrilla.
Apretar no es apretar.
Quebrar no es quebrar
Cantar no es cantar.
Volar no es volar.
Dormir no es dormir.
Limpiar no es limpiar.
Guerra no es guerra.
Cuerpo no es cuerpo.
Desaparecer no es desaparecer.
Morir no es morir.
Ser no es ser.
Yo, nada.


“En el libro hago hincapié en lo que para los sobrevivientes significan las palabras –dice Angela–. Y hay palabras que están infectadas. Yo puedo permitirme tener un lenguaje infectado porque mi historia está marcada, pero no puedo bajo ningún concepto instalar eso a futuro. Mis hijos no tienen que pensar en un exterminio cuando alguien diga asado o una picana cuando alguien diga parrilla. Está bien que se mantenga en la memoria pero no hay que dejar la vida de lado.”

Los hijos fueron un sacudón desde las raíces para Angela Urondo. Quizá fueron ellos, los chicos, quienes abrieron la urgencia por saber quién era Alicia Raboy, la madre. ¿Quién te creés que sos? dedica varias páginas a la investigación sobre la vida de Alicia Raboy, armada con recuerdos, mails y cartas de amigos, incluso charlas –por fin– con algunos miembros de la familia que, en su largo silencio, habían negado a esta mujer, estudiante de ingeniería naval, miembro de Montoneros desde 1971 y encargada de la sección Gremiales del diario Noticias.

En el libro es medular la reconstrucción de la vida y la militancia de tu madre.

–Es que con papá tuve la facilidad de poder leerlo, de poder leer lo que se escribió sobre él y escuchar a gente que lo conoció. Y además tener el recuerdo familiar, sin bronce. Y, por supuesto, el cuerpo de mi padre apareció: mi padre tiene una tumba que puedo visitar. Mi madre sigue desaparecida. Y además había estado en silencio tanto tiempo dentro de la familia... Hay que pensar que mis adoptantes eran sus primos y nunca me hablaron de ella, fue borrada. Los amigos que quedaban eran de una época anterior, ya no sabían quién era Alicia de grande. Pero este último año aparecieron testimonios. De su familia, de amigos, de gente que compartió actividades en Mendoza.

Estás trabajando sobre sus notas en Noticias.

–Es un trabajo arqueológico: tratar de desglosar en la sección Gremiales, cuáles fueron las notas que pudo haber escrito mamá. Tomamos como referencia las que sabemos que fueron de ella, como la cobertura del encuentro de Fidel Castro y José Ber Gelbard en Cuba, que ella cubrió. Se trata de encontrar ciertos usos, ciertos rasgos de estilo. Llevo revisados apenas 80 números. Es un trabajo que merecía salir a la luz porque es la palabra de ella, de una mujer anónima que no pudo criar a su hija, que se apropió de espacios masculinos rompiendo el estereotipo de su familia de clase media judía. Estoy descubriendo a una tipa interesantísima y cuanto más la conozco más me gusta. Es muy, muy extraño enamorarse de la propia madre.

martes, 12 de febrero de 2013

Guillermo Perez Roisinblit, nieto recuperado nacido en la Esma:

La historia de Guillermo Pérez Roisinblit, el nieto recuperado nacido en la ESMA tras un parto clandestino atendido por el médico genocida Jorge Luis Magnacco

“¿Cómo puede estar tranquilo, con sangre de las secuestradas en su conciencia?”
 Tiene 34 años, pero dice que nació otra vez a los 21, cuando su hermana Mariana se le apareció donde trabajaba y le dijo que sus padres se llamaban José y Patricia. Ella le contó que después de secuestrarlos, la dictadura obligó a Patricia a parir en cautiverio.  Y que lo hizo con la "asistencia" del condenado Magnacco, quien días atrás fue visto caminando por la calle.   

Disney atenta permanentemente contra la psiquis de los nietos restituidos", dice Guillermo Pérez Roisinblit. Se ríe, y explica que hace un tiempo jugaba con sus hijos –Cinthia, de 2 años, e Ignacio, de 5–, hasta que el varón lo acorraló con preguntas incómodas. "¿Dónde están el abuelo José y la abuela Pati?" La respuesta fue, claro, en el cielo. "¿Quién los mató?" Hay gente buena y gente mala. A los abuelos los mató gente mala. "Ah, pero yo quiero verlos. ¿Me llevás afuera?" No se puede, Nacho, le dijo Guillermo. "Sí que se puede –convencido, segurísimo–, ayer vi El Rey León, y Simba lo vio a Mufasa en una nube. ¡Estuvieron hablando! A lo mejor los abuelos están en una estrella y los veo. ¿Me llevás?"

José Manuel Pérez Rojo y su mujer Patricia Roisinblit
militaban en Montoneros y fueron secuestrados por una patota de la Fuerza Aérea en octubre de 1978. La pareja ya tenía una hija, Mariana, y otro que esperaba en la panza de Patricia, que dio a luz a Guillermo el 15 de noviembre de ese año en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). "Atendida" por el médico genocida Jorge Luis Magnacco, descubierto hace algunos días por la agrupación HIJOS mientras paseaba por la calle junto a su esposa, a pesar de cumplir con una condena de prisión domiciliaria hoy convertida en cárcel común.
"Traté de acercarme a Magnacco cuando estaba detenido en Prefectura –cuenta–, pero no lo hice. Quería preguntarle dos cosas: qué recordaba de mi mamá, y a qué hora nací. Cuando lo vi libre no lo podía creer. Su cabeza está llena de sangre de las embarazadas que asistía. ¿De qué manera puede dormir con todo eso encima?" 

Después del parto de Patricia, Guillermo fue apropiado por un civil que trabajaba para los aviadores. Y recuperó su identidad en el 2001, gracias a dos denuncias anónimas recibidas en Abuelas de Plaza de Mayo y al trabajo que la entidad motorizó a partir de ese momento. Su abuela paterna, Argentina, fue vocal de Abuelas y falleció en el 2005. Pero Guillermo todavía la tiene a Rosa, vicepresidenta de la entidad, con la que se "peleó" como manera de expresar la lucha que tenía contra sí mismo al enterarse que llegaba 21 años tarde a su verdadera familia. Y a la que después de un proceso que le llevó años, se pegó como todo nieto a su abuela. Para recuperar el tiempo que le hicieron perder los criminales.

–La "salida" de Magnacco te debe haber llevado a repasar varias cosas.
–Sobre todo las dos décadas en las que viví en un mundo totalmente distinto al real. En el 2000 yo trabajaba en un patio de comidas frente a la plaza de San Miguel, y el 27 de abril aparecieron dos chicas con un bebé en brazos. Cuando me acerqué para atenderlas, una, que resultó ser mi hermana Mariana, me preguntó si era Guillermo Gómez, y si podía dejarme una carta. Imaginate que a los 21 años, mi única preocupación era tener un sueldo para bailar los sábados y salir con amigos. Y de repente llegan dos mujeres de la nada, con una criatura en brazos. Lo primero que pensé es "me quieren encajar el pibe, ¿tan borracho estaba que no me acuerdo que a una de estas la dejé embarazada?" (se ríe). Le contesté que no podía hablar, y que si consumían, no había problemas para quedarse. Así, en ese tono. Mariana insistió. Se puso a escribir algo, agarró un libro, puso el papel adentro y me lo dio en una bolsa. Se pararon, pero yo no aguanté. Las primeras líneas decían: "Mi nombre es Mariana Eva Pérez, soy hija de desaparecidos, estoy buscando a mi hermano…" Y el mensaje marcaba la página 175. Era una de las ediciones de un libro de Abuelas, con los casos resueltos y que faltaban resolver. La página resaltaba fotos de dos jóvenes, y un recuadro gris donde debía estar el rostro del bebé que les habían secuestrado. El hombre era yo, era mi propia foto en blanco y negro. Se me nubló todo. Al rato ellas se fueron, y me senté a comer con Osvaldo, que además de "jefe" era un gran amigo. Alcanzó a ver a Mariana, y no dudó: "Che, esa es tu hermana, son dos gotas de agua. ¿Podrías seguir tu vida dudando de si tenés una hermana o no?"
–Te hizo caer.
–La pregunta fue terminante, directa, y no lo dudé. Ese mismo día a las 6 de la tarde estaba en la oficina de Abuelas. Recuerdo que me recibió Abel Madariaga, mis abuelas Argentina y Rosa, y estaba Estela (Carlotto). Mi abuela Argentina me acercó un café y le temblaban las manos. Imagino lo impresionante que debe haber sido para ella tener parado enfrente al que se suponía era el hijo de su hijo. Así, de golpe.
–¿Qué dijeron? ¿Nunca te habías cuestionado nada?
–Después de los saludos, la charla vino por el lado de lo que hacían, de los otros casos. Me contaron que habían llegado a mí por dos denuncias anónimas, después de investigar bastante. Y que para comprobar lo que se sospechaba, contábamos con dos caminos: un análisis de ADN supervisado por la justicia en el Hospital Durand, o algo similar en un banco genético que Abuelas tenía en Estados Unidos. Opté por el primero, y los resultados llegaron a los pocos días, el 2 de junio. Ahí se comprobó que era hijo de desaparecidos. En lo particular, nunca sospeché que no era hijo de mi apropiadora, pero sí dudé de mi apropiador, un tipo que mide 1,72, es moreno, y calza 42. Yo  calzo 46, mido 1,86 y mi nariz no se parecía en nada a la de ellos. No sé, eran una especie de pantallazos que a uno lo hacían dudar, pero no al punto de imaginarme lo que vendría después. Además, lo único que me había "acercado" a la dictadura era haber visto La noche de los Lápices en Canal 9. Me asombraba ver centros de estudiantes en las escuelas, y para colmo venía de cursar la secundaria en la I Brigada Aérea de El Palomar, donde Historia no llegaba ni siquiera al primer gobierno peronista. Ellos se separaron cuando yo cumplí cuatro años, y el divorcio llegó al tener ocho. Él era violento, la golpeaba, y más de una vez la dejó en el hospital. Era un hombre que no me tenía en cuenta para nada, lo que me hacía suponer dos cosas: o yo era un muy mal hijo, o a él no le interesaba para nada cumplir su rol de padre. Con el tiempo se comprobó la segunda opción, porque esencialmente no era mi padre.
–Contabas que te acercaste a Abuelas el mismo día en que te habló Mariana. Pero sin embargo, meterte dentro de tu verdadera historia te costó años.
–Sí, porque fue un proceso transitado de a poco. Lo que más me importaba era saber si Mariana era mi hermana. Mientras esperaba los resultados nos juntamos varias veces, pero en realidad, yo no tenía dudas después de aquella foto. La distancia te hace poner el foco en cosas que vivías, pero en las que no prestabas atención. La función de padre de mi apropiador se limitaba a traer una asignación familiar una vez por mes impuesta por el juez, 230 pesos. E invitarnos a comer el día de mi cumpleaños. Una semana después de aquel 27 de octubre nos juntamos en una parrilla de Morón, y en un momento, los dos en el baño, le pregunté si yo era su hijo. "Mirame bien y mirate vos, ¿sos mi papá?" Le conté lo del libro, la carta, el encuentro con Mariana. Salió con que eran pavadas, con que alguien del barrio me tenía envidia y quería joderme. A los dos días llamó para verme, y otra vez la misma charla. Y una vez más a la otra semana. En la última íbamos con el auto y se largó a llorar, casi mata a un pibe en bicicleta al cruzar la esquina. Yo agarré el volante, ni siquiera tenía registro, y después que reconoció todo, le dije: "Buscate un abogado, porque te robaste al nieto de la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo."
–¿Intentó alguna explicación?
–Dijo que yo era hijo extramatrimonial de un oficial, y que para guardar las "formas", ese oficial le había entregado el bebé para que él lo criara. Mientras, la cabeza me funcionaba a los saltos. Es como te decía antes, empezás a recordar instantes, caras, chispazos de tu vida.
–Tu infancia con ellos.
–Claro, y sobre todo el tiempo que pasé en la RIBA (Regional de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires), un edificio de la Fuerza Aérea donde trabajaba mi apropiador. Ese lugar lo conozco de memoria, él me llevaba cuando era chico. Fue Mariana la que me contó que a mis viejos los secuestró una patota de la Fuerza Aérea, y eso me sirvió para atar cabos. De la RIBA recuerdo hasta su número de teléfono. Francisco me llevaba siempre. Me prestaban un revólver 32 vacío para jugar a los pistoleros. En el primer piso había un casino de oficiales, y una reja que lo separaba de la cocina. Me sentaban en una heladera antigua, enorme, para tomar gaseosas. Y en la segunda planta existía algo impresionante para la época: una construcción tipo central de comunicaciones, con computadoras, aparatos telefónicos, antenas. Su papel era encargado del sector de  maestranza. Pero independientemente de eso, pudo ser que en algún momento haya aportado gente para los grupos de tareas, y que lo hayan usado. Mi apropiadora recuerda una comisión de servicios por la que él viajó a Mar del Plata en pleno mundial de fútbol, con un arma encima. En la casa tenía una carabina.
–Dijiste que tu propio proceso interno, desde que te enteraste de tu origen, fue lento. ¿Cómo resumirías ese tránsito que se da entre la manera de pensar del 2000 y la actual, estando con Rosa, habiéndola conocido a Argentina, y comprometiéndote hoy  tanto con el reclamo de las Abuelas?
–Al principio sentí una puja muy grande entre la historia de lucha de mi familia y mi apropiadora. Porque en definitiva, ella me había criado sola, y nunca tuvimos mala relación, más allá de los problemas de todo adolescente. En esos años me despertaba llorando, no sabía quién era. Tenía un anillo con mis iniciales, y para dormir necesitaba verlas. Mirá, si hace cinco años me preguntabas cómo estaba, yo te hubiera contestado: "No  se quiere lo que no se conoce." Pero ahora soy otro, crecí.
–¿De qué manera "empezaste" a querer a Argentina y a Rosa? ¿Te parece que la pregunta está bien?
–Sí, claro (se ríe). Crecí con una ausencia absoluta de la figura paterna, y fue sencillo querer a mi abuela Argentina, porque estaba más cerca del estereotipo de la "abuelita". Lo mismo me pasó con Mariana. Yo "no tenía" hermanos, y que surgiera uno era bienvenido. Aparecieron los juegos, los chistes, la complicidad. Pero con mi abuela Rosa, la cosa fue distinta. Me costó mucho acercarme. Rosa era nada menos que la mamá de mi mamá, y esa figura, la de "madre", yo sí la tenía en mi cabeza. Para peor, pude conocer a la madre de mi apropiadora, y cuando falleció la lloré mucho. En ese cambio de mentalidad hubo un momento clave: 6 de febrero del 2004, cuando la causa de mi apropiación cayó en el juzgado de Jorge Luis Ballesteros. Mientras había transcurrido en las oficinas de (María) Servini de Cubría, sufrí mucho por aquella puja de la que hablábamos antes. El 8 de febrero del 2001 lo detienen a Francisco; en marzo, a ella; me quedo sin trabajo; entran a mi casa y desvalijan todo. Fue una época muy convulsionada. Sentía que en esa pelea, me obligaban a mí a ponerme en contra de mi apropiadora. Pero con Ballesteros, el tema se modificó radicalmente para mejor. Me empieza a ver como a una víctima, me da el trato que me corresponde. Cuando me pidió un ADN, lo que le transmití era algo así como "no me obligues a mí a ponerme en contra de ella, a ser el responsable de lo que le ocurra". Y en el juzgado lo entendieron. ¿Sabés cómo? Muy simple: investigando, analizando otra vez cada una de las cosas. Empezaron a ver para atrás, y encontraron que el 20 de marzo del 2001, mi apropiadora había declarado que yo no era su hijo biológico. El delito ya estaba, existía una confesión, falsificación de documentos públicos, retención de un menor de diez años. Entonces sí tenía sentido pedirme después el análisis, porque no era un disparador, sino una forma de confirmar lo que ya se sabía. Eso llegó el 23 de abril del 2004. Ese día me saqué de encima la mochila más grande que tenía. Ballesteros, en pocos días, pudo resolver lo que antes había tomado años. Otro clic que tuve en la cabeza fue en el 2005, cuando murió mi abuela Argentina. En el velorio me dije: "qué cagada, no la pude disfrutar, me la perdí." Juré que con Rosa no me pasaría lo mismo. Y acá estoy.
–¿Volviste a encontrarte con tu apropiador?
–Fue condenado y cumplió la pena hasta su libertad en el 2007, y ella salió en el 2004. La última vez que nos vimos fue cuando lo visité el 23 de diciembre del 2003, mientras estaba detenido en la Compañía Histórica de las Fuerzas Armadas, ahí detrás del Planetario. Custodiado por sus propios compañeros, tomando vino y comiendo asado todos los días. Se emborrachó, y me dijo: "Falta un tiempo, pero guardo algunas balas reservadas para cuando salga. Una para vos, otra para tu hermana, y dos para tus abuelas." Le caí encima, me tuvieron que parar.
–¿Cómo son Patricia y José en tu cabeza?
–Eternos, inmóviles. Los veo sufriendo y muriendo, soñando por algo. No sé, trato de no idealizarlos. Es increíble, hace años pensaba: "estaban locos, ¿cómo pudieron ser tan irresponsables, con una hija y otro en la panza?" Tenía una negación tremenda, no entendía muchas cosas que hoy sí las comprendo. Y las Abuelas, todas, fueron la pieza que me faltaba para ese crecimiento. ¿Te das cuenta de la esperanza y la fuerza que tienen estas mujeres, las Abuelas? Piden desde hace 35 años, uno más que mi edad. Y piden sin querer revancha, sin resentimiento. Por eso es importante que la pelea siga, por todos los nietos que faltan.  «

"Camina con ellos, burlándose de todo"

"Me molestó mucho verlo en la calle –dice Guillermo de Jorge Luis Magnacco–, pero la bronca llegó cuando supe que la mujer con la que iba era su esposa. Tengo 34 años, hace 13 que recuperé mi verdadera identidad, y te puedo asegurar que todavía estoy conociendo familiares nuevos. Este tipo no sabe quién es su familia. Y encima camina con ellos, burlándose de todo." El médico represor, que asistió a Patricia Roisinblit en el parto donde nació Guillermo, fue descubierto por HIJOS mientras caminaba por la vía pública, a pesar de purgar una condena de arresto domiciliario, hoy convertido en cárcel común. "Le dijo a mi mamá que se había portado bien –cuenta–, y ella le contestó algo memorable, que pintaba su valentía: 'Me porté mejor en el parto anterior, cuando estaba en libertad', haciendo referencia a Mariana, mi hermana mayor”.
"Increíblemente –finaliza–, Magnacco sigue declarando que lo suyo fue aislado, que no tuvo nada que ver con el Estado asesino. No entiendo cómo hace para apoyar su cabeza sobre la almohada, y verse las manos manchadas por la sangre de esas mujeres."

Patricia y José

 La RIBA (Regional de Inteligencia de Buenos Aires), una enorme casona de 800 metros cuadrados en dos plantas que ocupa la esquina de San Martín y Entre Ríos, en Morón, era uno de los Centros Clandestinos de Detención que junto con Mansión Seré controlaba la Fuerza Aérea en el oeste bonaerense. Entre otros secuestrados, en ese lugar permaneció detenida algunos días Patricia Roisinblit, hija de Rosa, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, antes de ser trasladada para dar a luz a su hijo Guillermo en la ESMA.
Patricia y José Manuel Pérez Rojo fueron secuestrados por efectivos de esa Fuerza el 6 de octubre de 1978, y ambos estuvieron cautivos en la Regional. Después del parto ocurrido el 15 de noviembre, y en el que intervino personalmente el médico genocida Jorge Luis Magnacco –auxiliado por dos detenidas que luego recuperaron la libertad, Sara Solarz de Osatinsky y Amalia Larralde–, se cree que Patricia estuvo en el “Pozo” de la Aeronáutica.
A pocos días del nacimiento, Francisco Gómez, un jardinero que trabajaba en la RIBA, le confió a un efectivo del lugar el problema que tenía: su mujer, Teodora Jofré, no podía quedar embarazada, y estaba desesperada por tener un hijo. Según constaba en la causa “A-178: Gómez Francisco y otros/sustracción de menores de 10 años”, por el que el empleado fue a prisión por apropiación de aquel bebé, el que le habría entregado a Rodolfo Pérez Roisinblit –al inscribirlo, Gómez lo había llamado “Guillermo”– fue el comodoro Roberto Oscar Sende, que nunca pudo contradecirlo porque sencillamente había muerto antes de que se destapara el caso.
Durante el juicio que lo condenó, Gómez intentó ablandar al Tribunal declarando que “yo lo anoté porque creía que podía ser un chico abandonado, de bien el día de mañana, y Sende me dio todo servido”, y dijo que nunca se había enterado, a pesar de trabajar allí y ver aparatos de comunicación y movimientos de todo tipo, que en la casona funcionara una central de inteligencia. En las audiencias que terminaron por llevar a la cárcel al apropiador también declararon otros empleados de la Regional, como Juan Manuel Taboada, Esperanza Sánchez, el médico Pedro Canela y el ex jefe de División Central del Grupo de Vigilancia Aéreo, Carlos Solís.
Fue Mariana Pérez, la nieta de Rosa, que trabaja en Abuelas, la que recibió dos denuncias anónimas que permitieron abrir el camino para que el organismo llegara a la verdadera identidad de su hermano. Mariana tenía 15 meses de edad en el momento del secuestro de su mamá.
En el juicio que determinó a fines de 2008 la responsabilidad directa de la FA en los secuestros de Mansión Seré, el suboficial mayor retirado Jorge Angel Cóceres admitió que dentro de la RIBA trabajó como parte de la División de Inteligencia, y que allí también funcionaba la División de Contrainteligencia y el Departamento de Búsquedas “que averiguaba direcciones de personas”.
Entre las obligaciones de la Regional, Cóceres precisó que se reunían con los interventores de los municipios de Moreno, Merlo y Morón para enviar “el parte de información” al Edificio Cóndor sobre las protestas o actos públicos contrarios a las administraciones locales.
Otros agentes de la Regional fueron Carlos Omar Moizo y René Omar Bustos. El primero confeccionaba planos y “estudios de seguridad”, además de “nutrir” al Estado Mayor sobre “lo que estaba pasando en el ámbito educacional, religioso y subversivo”. Mientras que Bustos también llevaba permanentemente al Edificio Cóndor documentación “cerrada en una valija con candado”.
Con la venia de los brigadieres Hipólito Rafael Mariani y César Miguel Comes, responsables de la Subzona 16, la RIBA también formó parte del sistema instaurado por los militares de reparto de criaturas recién nacidas. Sobre todo manteniendo contacto con la maternidad clandestina que en la ESMA comandaba el médico Magnacco. Gracias a las recomendaciones del ginecólogo del Hospital Naval, los represores ubicaban en distintas familias de militares o de civiles empleados por la dictadura a los bebés de embarazadas en cautiverio.
 
Por: Daniel Enzetti  -  Fuente: Tiempo Argentino

sábado, 9 de febrero de 2013

La campaña de hijo de desaparecidos para encontrar a su hermano

Vos podés ser quién buscamos

Los padres de Matías Ayastuy están desaparecidos desde 1977. Tras tener la certeza de que su madre estaba embarazada cuando fue secuestrada, el joven decidió iniciar una campaña en las redes sociales destinada a quienes tienen dudas sobre tu identidad.

 Por Sonia Tessa

Desde hace dos meses, las caras para siempre jóvenes de los militantes desaparecidos Marta Bugnone y Jorge Ayastuy se multiplican en las redes sociales. Son fotos que su hijo, Matías Ayastuy, guardó como un tesoro, y en las que ahora confía para que lo ayuden a encontrar a su hermano. "Si cumplís 35 años entre marzo y agosto de 2013. Si fuiste adoptado en 1978. Si tenés dudas sobre tu identidad. Vos podés ser quién buscamos", dice el texto de la campaña lanzada como una botella al mar por Matías y Abuelas de Plaza de Mayo. ¿Cómo será tener la firme sospecha de que existe un hermano tuyo en algún lugar del mundo? Que ese hermano ni siquiera sabe que sus padres estaban secuestrados cuando nació. Pudo haber nacido entre marzo y agosto de 1978, en el centro clandestino de detención El Banco, sobre la autopista Ricchieri, en Buenos Aires. El año pasado, Matías recibió datos del avanzado embarazo de su madre, y decidió buscar. Cualquiera que tenga algún dato, que reconozca una mirada, un gesto en las fotos, puede comunicarse a Abuelas en Buenos Aires, al 011 43840983 o a la filial Rosario, en el número 4484421 o 4476776. Lo esperan un hermano y dos sobrinos: Jeremías, de tres años y Amanda, de uno. "Me sacudió muchísimo porque lo vi como una posibilidad real, todo eso que uno conoce tantas historias, que las vio por la tele, por los medios, pero la cuestión de los hijos apropiados me era bastante ajena. Yo milité en Hijos, donde había una comisión de Hermanos, pero para mí la apuesta pasaba por otro lado, por los juicios y también por reivindicar la lucha de nuestros padres. Con esto se me fueron todos los esquemas...", dice Matías sobre lo que está viviendo.

El 6 de diciembre de 1977 se produjo el Operativo Escoba, por el que la fuerzas represivas secuestraron en una sola noche más de 100 militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Marta y Jorge eran cuadros de ese partido. Vivían en el barrio porteño de Caballito. Matías tenía entonces nueve meses y estaba enfermo con un principio de tuberculosis. Los padres atinaron a dejárselo a unos vecinos. Al día siguiente, los represores volvieron a buscar al bebé, pero una pulserita con el nombre lo salvó del anonimato. Los abuelos maternos viajaron de inmediato desde Gualeguaychú para recuperarlo. Recorrieron instituciones durante días, en busca del nieto. Del 6 al 23 de diciembre, Matías estuvo secuestrado, cree que su frágil salud lo salvó de la apropiación. En la Casa del Menor y la Familia, la oportuna y providencial intervención de una enfermera permitió que los abuelos lo encontraran. Para ellos, Elvira y Enrique, se trató de un milagro.

Matías creció en Entre Ríos, la provincia de su familia materna. Lo adoptaron la hermana de su mamá, Estela, y el marido, Guillermo Almeida. A ellos les dijo siempre papá y mamá. Pero también supo siempre qué había pasado con sus padres. Vivió su infancia y adolescencia en Gualeguay. Cuando terminó la secundaria, llegó a Rosario para estudiar Comunicación Social. Estuvo en Hijos desde los orígenes, y allí militó durante años. Formó parte del colectivo que fundó el periódico El Eslabón. En 2007, una amiga íntima de su mamá le contó que Marta tenía un embarazo incipiente al momento de su desaparición. Matías y sus familiares hicieron la extracción de sangre para cotejar en el Banco Nacional de Datos Genéticos. El resultado fue negativo. Para Matías, hasta entonces, era muy improbable que su hermano hubiera nacido. Siguió con su militancia, y la búsqueda de justicia: fue querellante del juicio por el circuito represivo ABO, que el 21 de diciembre de 2010 terminó con condenas para 16 represores.

Su bisagra fue el año pasado: una compañera de militancia de su madre le contó que el embarazo era más avanzado, por lo menos de cuatro o cinco meses, podrían ser seis. Lo ocultaban por una decisión militante. Ahí comenzó la vorágine de una búsqueda que es personal, pero está imbricada con la historia colectiva. Para él, no se trata sólo de encontrar a su hermano, sino también de aportar en el hallazgo de los 400 niños nacidos en cautiverio, hoy adultos todavía apropiados.

La campaña se lanzó el 6 de diciembre y se viralizó en las redes sociales. Matías espera que llegue a los lugares más impensados. "Como producto de la campaña, apareció otra mujer que me contó que a ella la iba a visitar una persona, que no recuerda su nombre de guerra, que es la que está en la foto, y que sí, estaba embarazada", cuenta Matías, y también subraya que los cálculos indican que el bebé pudo haber nacido. "Ya se le notaba el embarazo cuando la secuestraron, ella era muy flaca", aporta. Hasta ahora, no pudo encontrar a ningún compañero de cautiverio de sus padres que sepa si Marta llegó a dar a luz.

Marta Bugnone nació el 22 de abril de 1949 en Gualeguaychú. Jorge Ayastuy, el 23 de junio de 1950 en Vedia, provincia de Buenos Aires. A fines de los 60, se conocieron en un encuentro de amigos, en la ciudad entrerriana. Enseguida se enamoraron. Marta ya estudiaba filosofía en Concepción del Uruguay. Jorge era estudiante de Química. Se mudaron a Rosario. Ya graduada en Filosofía, Marta comenzó a estudiar Psicología. En 1974 se casaron en Gualeguaychú. El padre Edgardo Montaldo viajó para oficiar la boda. Eran militantes cristianos, al punto que sus apodos en el Partido, luego, fueron Cristiano y Cristiana. Tocaban la guitarra y cantaban, como muestran algunas fotos. Trabajaron durante años en la comunidad eclesial del barrio Ludueña. Construyeron una casa en el barrio San Francisquito. Vivían allí cuando ingresaron al PCML. A fines de 1975, una bomba de la Alianza Anticomunista Argentina (la triple A) los obligó a irse de la ciudad. Marta seguía en la parte estudiantil del Partido, y Jorge en inteligencia. La tarea de un infiltrado provocó que el partido fuera diezmado, en una sola noche, la del 6 de diciembre de 1977. A Marta y Jorge, primero, los llevaron al centro clandestino El Atlético, que fue desmantelado en enero de 1978. Desde entonces, hasta por lo menos abril, estuvieron en El Banco. Cristiano y Cristiana también cantaban en ese lugar, y por eso los recuerdan algunos compañeros de cautiverio. La historia de los militantes está contada con lujo de detalles en el libro Marta y Jorge, un amor revolucionario, de Carlos del Frade.

Matías espera que su botella lanzada al mar encuentre algún destinatario. Valora el "impresionante" trabajo de la filial Rosario de Abuelas, "pese a que no siempre cuentan con todos los recursos". Y espera mucho de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad. Para Matías, es fundamental saber si su hermano nació o no, no puede seguir viviendo con esa incertidumbre. "Tengo expectativa de que la Conadi haga un esfuerzo más en la investigación. Es valioso lo que han hecho hasta ahora, pero se puede reforzar", dice confiado en saber qué pasó, y también en encontrar alguna vez a ese hermano que nunca pudo abrazar.

Empezó el juicio por apropiación de Federico Cagnola Pereyra

El momento de hacer justicia

Los acusados son Cristina Mariñelarena y Jorge Ernesto Bacca, quienes se apropiaron del niño nacido en cautiverio en la ESMA. En el banquillo está también Inés Lugones, ex esposa de un represor a quien se señala como la entregadora. Los tres se negaron a declarar.

Los apropiadores de un niño nacido en cautiverio en la ESMA y la mujer sindicada como entregadora, por entonces esposa del militar que oficiaba de enlace entre el centro clandestino de la Armada y los del Primer Cuerpo de Ejército, se negaron a declarar ayer ante el tribunal que los juzga. La lectura de las indagatorias en la etapa de instrucción, durante las cuales los imputados se acusaron unos a otros, dejaron en claro que todos tenían conocimiento sobre el origen del bebé, que recuperó su identidad en 2008. El proceso continuará el viernes próximo, cuando declaren la víctima, que es un hombre de 34 años, y su abuela materna, Jorgelina “Coqui” Azzarri de Pereyra, una de las referentes de Abuelas de Plaza de Mayo en La Plata.

Eduardo Cagnola y Liliana Pereyra fueron secuestrados el 5 de octubre de 1977 en una pensión en Mar del Plata. Liliana estaba embarazada de cinco meses. Ambos estuvieron en cautiverio en la base de buzos tácticos de la Armada, en Mar del Plata, hasta que Liliana fue trasladada a la maternidad clandestina que funcionó en la ESMA. Estuvo en cautiverio en la llamada “pieza de las embarazadas” y en febrero de 1978 dio a luz a su hijo, a quien llamó Federico. Le sacaron la criatura y la devolvieran a Mar del Plata, donde la mataron el 15 de julio. En 1985 el Equipo Argentino de Antropología Forense exhumó su cuerpo de una tumba NN y la identificó.

Mientras las familias Pereyra y Cagnola buscaban a los suyos, Abuelas recibió denuncias sobre el matrimonio formado por Cristina Mariñelarena y Jorge Ernesto Ba-cca como posibles apropiadores. A partir de averiguaciones de Abuelas y de la Comisión Hermanos de la agrupación H.I.J.O.S. lograron dar con el paradero de Federico. El Banco Nacional de Datos Genéticos comprobó “con una probabilidad de parentalidad del 99,92 por ciento” que es el hijo de Cagnola y Pereyra.

Citados a indagatoria por el juez Julián Ercolini, los apropiadores declararon que al niño se los había entregado Inés Graciela Lugones, que en 1978 era la esposa del teniente coronel Antonio Guillermo Minicucci, oficial que actuaba de enlace entre la ESMA y centros clandestinos del Ejército como El Banco y El Olimpo. El represor, igual que su primo, el teniente coronel Federico Antonio Minicu-cci, ex jefe del centro clandestino Vesubio, ya había fallecido.

Mariñelarena confesó que “sabiendo de mis ganas de formar una familia más amplia, (Lugones) me llamó y me dijo que ella tenía un bebé para adopción y me preguntó si yo lo quería”. Se lo ofertó a condición de que no preguntara nada sobre el origen, agregó. Tras la aceptación, la mujer del represor los citó a su departamento, en la avenida Luis María Campos. “Cuando llegué con mi marido, mi amiga me hace pasar y en su dormitorio había un moisés con un bebé que era Hilario”, el nombre con el que lo rebautizaron. “Por cortesía tuvimos que esperar a que llegara el marido”, es decir Minicu-cci, y en ese momento “sólo se habló de la alegría de recibirlo”, declaró como imputada, sin obligación de decir la verdad.

Bacca, el apropiador, dijo haber aceptado el ofrecimiento porque hacía tiempo que querían tener otro hijo y no podían. “Además, adoptar es un buen gesto”, agregó. Ambos coincidieron en señalar que apenas conocían a Minicucci, quien murió en 1987. Agregaron que ya en democracia supieron del prontuario del entregador y sospecharon que el niño podía ser hijo de desaparecidos, pero como era “una democracia endeble” no se animaron a hacer la denuncia y lo siguieron criando como propio. La viuda de Minicucci, a su turno, negó los hechos que se le imputan y el relato de sus viejos amigos. “Es una injuria”, dijo. Declaró que la pareja le avisó que había adoptado un niño, pero negó su participación en la entrega. Finalmente, Ercolini los procesó sin prisión preventiva y elevó la causa.

Ayer fue la audiencia inicial del juicio oral y público, a cargo del Tribunal Oral Federal Nº 4. Tras la lectura de la elevación, los tres acusados optaron por guardar silencio, por lo cual se leyeron sus declaraciones en primera instancia. Las partes no plantearon ninguna cuestión preliminar y el tribunal pasó a un cuarto intermedio hasta la próxima semana, cuando declaren Federico y su abuela materna.

viernes, 8 de febrero de 2013

Revocan arresto domiciliario al apropiador Carlos del Señor Hidalgo Garzon

Otro represor que salía a pasear

El ex miembro del Batallón de Inteligencia 601 estaba bajo arresto domiciliario en un geriátrico, pero Catalina de Sanctis Ovando, la hija de desaparecidos que se apropió, lo vio andando en bicicleta.

El Tribunal Oral Federal 1 de La Plata revocó la prisión domiciliaria del represor y apropiador Carlos del Señor Hidalgo Garzón. El oficial de Inteligencia del Ejército gozaba de ese beneficio en un geriátrico de Belgrano, pero paseaba por las bicisendas porteñas, donde lo vio en dos oportunidades Catalina de Sanctis Ovando, la hija de desaparecidos que crió como hija propia y que hoy es querellante contra su apropiador. Tras la denuncia de Abuelas de Plaza de Mayo, el tribunal platense ordenó su traslado al hospital del Complejo Penitenciario Federal 1 de Ezeiza. “Siento alivio, tranquilidad”, explicó Catalina a Página/12, y consideró “indignante” la decisión de los jueces que conceden automáticamente el beneficio del arresto hogareño a imputados por crímenes de lesa humanidad.

Ex miembro del Batallón de Inteligencia 601, Garzón fue procesado por el juez federal Manuel Blanco por secuestros y tormentos contra 127 personas en La Plata. El Tribunal Oral Federal 1 de San Martín, en tanto, lo juzga desde agosto por la apropiación de la hija de Myriam Ovando y Raúl de Sanctis, ambos desaparecidos y padres de Catalina, que figura como nacida en el Hospital Militar de Campo de Mayo. En la causa por la apropiación, Garzón fue excarcelado, beneficio que le concedió el juez federal Ariel Lijo, y en la causa platense goza del beneficio de arresto domiciliario, que ordenó Blanco antes de elevar la causa.

Catalina, que recuperó la identidad en 2008, se cruzó a su apropiador el miércoles 16 de enero, mientras Hidalgo Garzón pedaleaba por la bicisenda que bordea al hipódromo de Palermo, en Libertador y Ortega y Gasset. “Yo paseaba a mi perra, iba distraída, y cuando levanto la vista para cruzar la bicisenda veo su rostro a pocos metros. Me vio, nos miramos, y aceleró, siguió de largo. Yo me quedé helada”, relató a Página/12. Cuatro días después, el domingo 20, volvió a verlo en el mismo lugar. “Yo llevaba el celular por si lo veía, pero estaba convencida de que no iba a suceder, porque él me había visto. Lo vi en el mismo lugar pero por la calle, y no me vio”, agregó ante la consulta.

Abuelas y el fiscal Gerardo Fernández denunciaron la violación del beneficio y pidieron su revocatoria. Ayer llegó el pronunciamiento judicial. El tribunal que preside Carlos Rozansky e integran Pablo Jantus y Pablo Vega se hizo eco del pedido y consideró que “no existe razón legal alguna para que Hidalgo Garzón esté gozando el beneficio otorgado”. Rozansky destacó “la negligencia con que se manejó” el juez Blanco, dado que ni adentro ni afuera de la casona donde funciona la Residencia Geriátrica Belgrano había personal de seguridad. “Es evidente que un detenido acusado de graves crímenes y con diagnóstico psiquiátrico no puede estar alojado en un lugar como el descripto”, sostuvo, y apuntó que “se encuentra en juego tanto la seguridad de las ancianas que deambulan por la casona” como del personal. Ante los “rasgos psicopáticos y de simulación detectados en el procesado, la imagen del geriátrico resulta verdaderamente bizarra”, agregó, y señaló el “doble estándar” del juez al considerar “impensable que en causas por delitos comunes ordene el traslado de un procesado con prisión preventiva imputado de más de 200 delitos y con informes psiquiátricos a un geriátrico con ancianas y sin limitaciones ni restricciones de movilidad, ni seguridad o contención”.

“Siento alivio, tranquilidad, pero (la revocatoria) es algo que tendría que haber sucedido hace tiempo”, consideró De Sanctis Ovando, que vive a pocas cuadras del geriátrico. “Para mí era inexplicable que no estuviera preso. Cuando me sumé a la querella de Abuelas le pedimos al juez Lijo que reviera esa medida porque yo estaba intranquila, recibía llamados, cartas amenazantes, agresivas hacia mí y mi marido, pero no se modificó su situación”, recordó. “Es indignante que quienes tienen en sus manos la responsabilidad de tomar decisiones no puedan ver algo tan claro: el beneficio del arresto domiciliario no debe ser automático, deben rever la situación de cada uno, los medios que tienen, porque están viejitos y pobrecitos cuando lo piden, pero son súper piolas para escaparse. Y cometieron crímenes aberrantes”, recordó.